Roca: un “Zorro” tucumano que batió el récord en la presidencia

Publicado el: 2 agosto, 2021

Alejo Julio Argentino Roca ostenta, hasta hoy, el récord de ser quien ejerció por más tiempo la Presidencia de la Nación. En efecto, Julio A. Roca ocupó la Primera Magistratura durante dos períodos constitucionales completos: 1880-1886 y 1898-1904.

Lo cual suma un total de doce años. Los otros presidentes reelectos nunca igualaron ese desempeño, aún, acumulando todos sus períodos. Juan Domingo Perón (1946-1952, 1952-1955 y 1973-1974), no llegó a completar once años de mandato. Carlos Saúl Menem (1989-1995 y 1995-1999), superó las diez primaveras por pocos meses. A su vez, Cristina Elisabet Fernández (2007-2011 y 2011-2015) alcanzó ocho años en el poder.

A Roca le tocó esperar dos mandatos constitucionales completos (doce años) para volver a ser Presidente. No modificó la Constitución Nacional, para ser reelecto (a diferencia de Perón y Menem, que sí lo hicieron). Roca fue el fundador de la Argentina moderna y pujante del Centenario, y el máximo exponente de la “Generación del ‘80”, año en que asumió su primer mandato. Después de Nicolás Avellaneda, fue el segundo
presidente más joven de la historia (con 37 años), y su apodo, el “Zorro”.
Julio Roca nació en la estancia de sus padres “El Vizcacheral” (hoy llamada “Pinar de Roca”), ubicada en El Colmenar (Las Talitas) y fue bautizado en la Iglesia Catedral de San Miguel de Tucumán el 17 de Julio de 1843. Su madre, Agustina Paz, quiso que se llamara “Julio por ser el mes glorioso y Argentino porque confío en que sea como su padre, un fiel servidor de la patria”.

Su padre había sido un heroico veterano de las Guerras de la Independencia, del Brasil y las Civiles. Fue alumno de la escuela franciscana y al morir su madre, cuando Julio tenía 12 años, fue en 1856 a estudiar al célebre Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, fundado por el Gral. Urquiza.
Allí siguió la orientación castrense, y se graduó de “alférez de artillería”, en 1858. Cuando en 1859 estalló la guerra entre el Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina, el joven Roca se alistó en el ejército del Gral. Urquiza. Luchó contra los porteños en Cepeda y en Pavón, donde no quiso abandonar su cañón, y lo siguió disparando, aunque el resto del Ejército Confederado ya se había retirado.

Desaparecida la Confederación, y por gestión de su tío, el Dr. Marcos Paz, que integraba el estado mayor del Gral. Mitre, Roca se incorporó a su ejército. Después de luchar contra los caudillos federales, fue destinado a la frontera sur de Córdoba, San Luis y Mendoza, para protegerla de los constantes ataques indígenas.

En la frontera, Roca tomó conocimiento del “problema indio”. Chile encaraba, mientras, su “Pacificación de la Araucanía”, una ambiciosa campaña de ocupación de la Patagonia Occidental; amenazando con extenderse hacia el Atlántico. Chile ya había ocupado el Estrecho de Magallanes, mientras la Argentina se destrozaba en conflictos
intestinos. El mismo año del nacimiento de Roca, Chile ya había fundado el “Fuerte Bulnes”; germen de la futura ciudad de Punta Arenas, frente al Estrecho.

Luego, Roca tuvo una heroica intervención en la Guerra del Paraguay, donde murieron su padre, dos hermanos suyos y su primo, el hijo del vicepresidente Marcos Paz. Roca era muy amable, de buen trato, simpático, estudioso y carismático entre sus camaradas.Después de la guerra, ascendió a teniente coronel e impresionó favorablemente a Sarmiento, quien antes lo había llamado despectivamente: “barbilindo”.

Cuando Avellaneda asume la presidencia (1874), muestra predilección por su comprovinciano y lo designa para enfrentar una sublevación. Como la victoria de Roca fue completa, Avellaneda lo asciende a general “en el campo de batalla”, con sólo 31 años. En 1875, Avellaneda lo designó: “comandante en jefe de las fronteras de Córdoba, San Luís y Mendoza”, para preservar a estas provincias del ataque de los indios, por la experiencia que ya tenía Roca en ese destino.

Los aterradores “malones” eran ejércitos de miles de indígenas, que penetraban cientos de kilómetros y asolaban cuanta población encontraban a su paso. Los malones mataban a los hombres, secuestraban a las mujeres, para llevárselas a las tolderías (son legendarias las historias sobre las “cautivas”), robaban todo lo que podían (sobre todo armas, alcohol, y ganado), para consumirlo primero ellos; y lo que sobraba, se lo
vendían a comerciantes chilenos, del otro lado de la cordillera.

Un médico francés, Henri Armagnac, presenció en 1872, cómo los indios asesinaban a los varones y a las mujeres viejas, atravesándolos con sus largas tacuaras, sin importarles si éstos se resistían o no. Luego, bajaban de sus caballos y degollaban a las víctimas así atravesadas, rematándolas. Las mujeres jóvenes y deseables, y los niños, eran tomados por la fuerza como “cautivos”.
El científico norteamericano George Church describe un malón contra Bahía Blanca, en 1859 y relata que los indios arrasaron con 5000 vacas que había en el campo, asaltaron luego el pueblo y se lanzaron a una orgía de lanzazos, degüellos y violaciones. Abusadas las mujeres, eran llevadas a las tolderías como esclavas sexuales, dejando un tendal de muertos, en su camino. ¿Quiénes eran los indios que organizaban estos malones?. Eran los araucanos o “mapuches”, originarios del otro lado de la Cordillera;

En todos los registros históricos, desde la época hispánica, jamás se
mencionó una tribu “mapuche” o “araucana” dentro del actual territorio argentino. Los mapuches provenían de Chile, habitaban al Sur del río Bio-Bio, a la altura de Neuquén. Allí eran sedentarios, y agresivos. Practicaban rudimentos de agricultura y cada tribu tenía su cacique. En la época de los españoles, al no poder éstos conquistarlos, firmaron varios pactos con los indios, garantizándoles su territorio al Sur del Bio-Bio, a donde los blancos no podían ingresar. Parece que al poco tiempo ese territorio les quedó chico, y empezaron a expandirse paulatinamente.

Muchos cruzaron la cordillera para asentarse en nuestras pampas y la Patagonia entre los Siglos XVII y XIX, proceso conocido como la “Araucanización de la Pampa”. Este período coincidió con el freno de la colonización española hacia el Sur, que se estrelló contra la irrupción mapuche. Por eso no se pudieron fundar más asentamientos poblados al Sur de la línea imaginaria que iba desde San Rafael (Mendoza), Mercedes (San Luis), Río Cuarto, Fraile Muerto/Bell Ville (Córdoba), Venado Tuerto (Santa Fe), cerrando con Chascomús (Buenos Aires).

Los mapuches empezaron cazando ganado (vacuno, equino, ovino) salvaje que pastaba  en las pampas. Cuando el ganado cimarrón se empezó a agotar, ante la depredación de indios y gauchos por igual; los araucanos echaron mano al robo del ganado que se criaba en las estancias y los poblados argentinos de la frontera; desplazando y asolando a las otras tribus originarias de estas tierras (pampas, ranqueles y tehuelches); de quienes tan bien escribieron otros cronistas de la época (entre ellos, Lucio V. Mansilla, sobrino de Rosas). A estas últimas tribus pertenecían los “indios amigos” de los pobladores blancos. Distintos eran los denominados “indios chilenos”, que era como se llamaba a los araucanos o mapuches. Acabada la faena de un “malón”, los araucanos retornaban a sus tolderías (campamentos) marcando el suelo con la punta de sus lanzas;
dejando un amplio sendero “rastrillado” que los gauchos de la frontera llamaban el “camino de los chilenos”.

Hubo malones que arriaron cientos de miles de vacunos robados hacia Chile. Previo engorde de algunos meses en el pedemonte, cruzaban la Cordillera en los pasos más bajos de la Patagonia, y se vendían allí. Un diputado chileno expresó en el Congreso de ese país: “Es sabido que el comercio que más realizan los araucanos es el de animales robados en la República Argentina… Y nosotros, que sabiendo que son robados, los compramos sin escrúpulo ninguno, después decimos que los indios son ladrones. ¿Qué seremos nosotros, pues?”.

Comenta el mendocino Manuel Olascoaga en su “Estudio topográfico de la Pampa y el Río Negro”: “Nuestros ganados se multiplicaban prodigiosamente de año en año, y los indios también de año en año traían sus malones a todas nuestras poblaciones y establecimientos limítrofes de la pampa… Los ganados invernaban y descansaban tranquilamente en las faldas de los Andes… Allí venían los comerciantes cristianos a cambalachearlos por tejidos, chaquiras, bebidas, tabaco, etc., para luego llevarlos tras la cordillera.  Nunca uno de nuestros hacendados se presentó en Chile a reclamar sus vacas robadas. Tampoco hubo jamás una autoridad chilena que diera cuentas espontáneamente o pidiese certificados de propiedad a los que introducían por la Pampa cantidades de ganado que representaban cientos de miles de pesos. Esa exacción y sus connivencias eran absolutamente impunes ante la Justicia chilena”.

La reacción de los habitantes de la frontera, los gauchos y soldados contra los indios de los malones y tolderías fue también violenta y despiadada, en un enfrentamiento que no tuvo tregua, ni piedad, de ninguna parte. Se cumplía a rajatabla lo que Rosas había ordenado 30 años atrás: “Mátenlos ahí mismo, en caliente y dejen sólo uno vivo, para que declare”. El propio Dr. Armagnac relató ejecuciones sumarias de mapuches, o cómo se los remataba a puñaladas, con odio y saña, por parte de los gauchos.
Roca se hizo cargo de la “cuestión india” y aseguró más del 30 % de lo que hoy es el territorio argentino en forma efectiva. Llevó nuestra bandera hasta Tierra del Fuego, e hizo efectiva la soberanía Argentina en la Patagonia Oriental, que Chile se vió obligado (muy a regañadientes) a reconocer en 1881. A diferencia de adoptar una actitud defensiva, refugiado en la frontera, dentro de la “linea de fortines”, pasó a la ofensiva y logró, en pocos meses, con el apoyo de los “indios amigos” consolidar las fronteras de la Patria y pacificar un territorio hasta entonces peligroso para nuestros compatriotas. En toda guerra se cometen excesos, y hay crímenes que hoy pueden lucir como reprobables. En esa guerra no hubo buenos, ni malos, ángeles o demonios.

Hubo crueldades en ambos bandos. Tampoco hubo un “genocidio de los pueblos originarios”; pues los mapuches no eran originarios de Argentina, sino de Chile. Como todo ser humano, como todo Presidente, Roca tuvo aciertos y errores. Sin embargo, a él le debemos que para visitar La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz, o Tierra
del Fuego, no tuviéramos hoy que atravesar una barrera, ni ninguna otra frontera; y que los propios patagónicos (que hasta tuvieron un Presidente) sean hoy considerados compatriotas nuestros. Ilustración: La República Argentina antes de Roca

 

 

 

Juan Pablo Bustos Thames

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